Desdén



Por: Milagros Pérez-Pietri, RPh
                   
La palabra “desdén” no es muy utilizada. Pensé en ella un día que observaba a una persona pedir asistencia sobre un medicamento de los que se venden sin receta. La persona que solicitaba ayuda era una señora de edad media, delgada y de aspecto abatido. Era atendida con actitud indiferente por un joven con bata blanca recién planchada, acicalado y elegante quien visiblemente mostraba que la necesidad de la mujer no era su prioridad. Súbitamente, mi mente recibió un surtido de emociones: vergüenza, coraje, compasión e intuición. Vergüenza al observar el apocamiento de la lastimada señora quien bajaba la mirada  y la voz pensando que lo que hablaba o preguntaba era una necedad.  La emoción de coraje incitaba a reprochar y gritar para que fuera escuchada con apropiada y justa atención y respeto. Sentir compasión era normal al observar que la mujer se encorvaba mientras intentaba explicar la necesidad de ella o alguna persona querida.  Y es que pensaba que cualquier persona que busca ayuda para una necesidad de salud merece un mínimo de generosidad. Brotó la intuición al observar detenidamente al profesional que desplegaba conducta de persona presuntuosa estrenando título, trabajo y nuevos éxitos. Luego que experimenté todas esas turbaciones, invadió mi mente la palabra “desdén” . La señora debió haber sentido la conmoción que siente el cuerpo, la mente y el espíritu cuando se es tratado con desdén.  

Por supuesto que mi primera atención fue por la mujer.  Pero luego pensé en el joven con recién comprada bata blanca, apuesto y orgulloso. ¡Quizás tenia un espíritu sensible, aspiración de ayudar y abundancia de conocimientos!  ¡Quizás  ni realizó que había sido desdeñoso con la sencilla señora! Es posible que sus buenos sentimientos, su sensibilidad y piedad  fueran revoloteados por la ventolera de triunfos recientes, ilusiones nacientes, planes prometedores y nuevas adquisiciones materiales. Pensé que no debía juzgarlo pues, sin tener conocimientos psicológicos, he escuchado que a las personas con baja auto estima, los “triunfos suelen írsele a la cabeza”.  También… cualquiera puede atolondrarse haciendo sacrificios para superarse hasta lograr triunfos. Y es que éxitos, ilusiones y sueños suelen enmarañar y ocultar virtudes, conocimiento y buenas intenciones haciendo que se trate a otros con desdén, sin querer.  

¡Ojala fuera posible guardar triunfos, pensamientos de superioridad y recuerdos de posesiones materiales en la intimidad, de manera que fluya con naturalidad el amor, interés y respeto por los demás!
  

Por: Milagros Pérez-Pietri, farmacéutica y escritora
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